miércoles, marzo 14, 2007

11 de Marzo de 2007 el mostrador

Apuntes de un año en que la desigualdad mostró su cara más agriapor
Ricardo Camargo
(Del “malestar difuso” al “descontento generalizado”)

A un año de gobierno abundan los balances. Abrumado por sus problemasrecientes -léase Transantiago- el gobierno no debería olvidar, sin embargo,aquello que más lo remeció: el conflicto estudiantil, y sus no siempreevidentes significados.
Convengamos en que se ha tratado de un año singular. No sólo porque ha sidouna mujer quien conduce las riendas del poder por primera vez en la historiadel país. Ni siquiera porque se haya muerto -a lo menos físicamente- quienle otorgó el apellido con que se ha conocido a la democracia chilena durantetodos estos años: Pinochet. Más bien, sostengo acá, porque han comenzado aser notorias las limitaciones del el modelo chileno¹, las que requierenurgentemente ser enfrentadas.
Conviene en ello alargar un poco la mirada (aunque no tanto como deberíamos)y re-situarnos en el año 1998. Un año complejo, en donde la democraciachilena mostraba toda su elasticidad, ungiendo al dictador como senadorvitalicio. Historia conocida ella. Menos recordado sin embargo es el debate,excepcional para esos años (y para los actuales, según parece), queinaugurará Norbert Lechner, entonces principal investigador de la secciónChilena del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.Sostenía Lechner que, paralelo al complejo entramado político institucionalde la transición, se acumulaba inquietante un malestar social. “La gente­alertaba Lechner- percibe que ella ni es el sujeto de una modernización queparece avanzar a sus espaldas ni el beneficiario de las nuevasoportunidades”. Una afirmación temeraria que ponía en cuestión acaso, elesfuerzo más estratégico en que se empeñaba entonces el gobierno de Frei:pasar del eje de la transición -como acuñara célebremente Genaro Arriagada-al de la modernización.
Es por ello, que la respuesta proveniente de los círculos complacientes dela intelectualidad concertacionista no tardó en llegar, y apuntó certero,buscando “cerrar”, argumentativamente claro está, el debate naciente. “Llamapoderosamente la atención” ­replicó irónicamente José Joaquín Brunner- que el el malestar difuso, denunciado por Lechner, no se haga cargo del hechoirrefutable de que “no hay signos demostrativos de ningún tipo dedescontento generalizado” “más bien ­proseguía un entusiasmado Brunner- lasociedad Chilena muestra durante los últimos ocho años, bajos grados deconflictividad social, una temperatura ideológica fría o moderada”.Brunner sabía bien que con ello apuntaba al corazón del argumento sostenidopor Lechner. Lo desahuciaba, sin posibilidad de recuperación, aunquesobreviviera algunos años más como de hecho ocurrió. Como se sabe, tras eldecisivo entrecruce de sables sostenido por Lechner y Brunner, la clasepolítica que convive en la Concertación se remeció e incluso temporalmentese alineó entre los ya míticos autocomplacientes y autoflagelantes,dando lugar a un singular debate epistolar.
Sin embargo, la suerte parecía ya haber sido echada. Sin signos demostrativos de descontento generalizado el entrecruce de las fraccionesde la Concertación sería pronto caratulado ­como lo sostuvo Eugenio Tironialineado con Brunner en esta disputa- como meras objeciones de unaretrógrada militancia concertacionista al avasallador rumbo modernizador delpaís. Nada importaban las bulliciosas movilizaciones de los mineros de Lota,que por esos días inundaban las calles de Santiago. Eran los costos de unamodernización que, en la medida que no produjeran malestares generales, nodebían en verdad inquietar.
Pinochet detenido en Londres primero y la crisis asiática después,terminaron de sepultar un debate ya agónico. Otras pasiones afloraríanentonces. Un segundo Presidente Socialista encantaría nuevamente a las masascríticas de la Concertación (incluso a los comunistas en segunda vuelta).Olvidadas quedarían las reflexiones en torno al malestar difuso de lamodernidad. Una cifra dura, inquietante, poco especulativa, quedaría, sinembargo rondando como fantasma tras la retórica discursiva: La desigualdadcrecía, a pesar del crecimiento económico.
No sorprende por ello que, silenciosamente, aguardando su momentum, comoadivinando que la única vía de vencer los argumentos complacientes deBrunner y compañía, era expresándose con nitidez, exacerbándose, siendo másde lo que su forma concreta lo permitía, un descontento generalizado seacuñó por fin y fluyó nítido, tras la excusa de una manifestación deestudiantes secundarios por la educación en el año 2006.
La memoria es frágil, y los balances suelen recoger sólo los datos máscontables de un conflicto (duración, número de colegios involucrados, númerode voceros, etc.). Por ello haría mal la Presidenta si sólo lee en el parode los estudiantes una manifestación sectorial más, ignorando el exceso,aquello que afloró tras el intersticio que se abrió. Lo que la Presidenta nodebería omitir en su balance, es que durante el 2006 el fantasma de ladesigualdad mostró su cara más agria.
Sí, porque disfrazado de jumper y corbata colegial, se expresó en verdad unmalestar más global (recuérdese que también fueron los apoderados,profesores, y hasta el ciudadano común de clase media quienes seidentificaron con el conflicto) permanentemente postergado o encapsulado enfórmulas tecnocráticas.
Frente a su porfiada presencia ­el de la desigualdad- que incluso se damañas para cumplir los requisitos impuestos por la intelectualidadcomplaciente (descontento generalizado) para hacerse notar, no vale seguirsiendo indiferente. No vale tampoco sólo escudarse en que el mejoramiento dela educación solucionará el problema en veinte años más, como arguyen losnuevos complacientes.
Supone algo más. Algo que se esboza ­aunque aún sin expresarse en propuesta-curiosamente desde el círculo otrora más conservador de la Concertación ­loscolorines-, y por cierto desde fuera de ella hace años y que escasea en lossocialistas curiosamente (a excepción de Jorge Arrate y un puñado más):¡Atreverse a repensar las bases mismas del modelo económico! Creativamente,por cierto, y guiados ­sugiero- por una máxima simple (para evitar losfantasmas del pasado tan propios de la generación en el poder): que cadapunto de crecimiento económico signifique una disminución proporcional de ladesigualdad.
Guiados por dicha máxima, sin embargo, vale la pena advertirlo desde ya,pronto se adivinará que lo que se demanda no es un problema técnico demacroeconomía, sino una pizca de aquello que los griegos llamaban Política,con mayúscula. Ello supone, por cierto, no sólo iniciativas de inclusiónasistencial que disminuyan la pobreza -tarea de relativo éxito en estosaños- sino políticas de participación que den protagonismo a los actoressociales en la marcha del país, -empresa esta última de un déficit profundo.En definitiva, la lección a manera de balance del 2006 es que la desigualdadno es un problema técnico sino político. Incluso más, altamente explosiva, ydispuesta a convertirse en marea avasalladora de un orden complaciente cadavez que encuentre su ocasión. Todo ello hace urgente -a contrapelo de lo queparece indicar el balance oficial- impulsar una decisiva participaciónsocial para atreverse a repensar los déficit del modelo económico vigente (yde paso de nuestra democracia Post-Pinochet sin Pinochet).

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