Para recordar
Hace tan sólo algunas horas Augusto Pinochet murió. Justo cuando el moría veníamos de regreso con mi familia de la localidad de San Enrique, donde naciera Manuel Antonio Bustos Huerta, padre de mis dos amados hijos.
Recorrimos sus caminos, miramos la casa donde creció, sentimos el aire que respiró, el sol que le abrigó, el viento que despeinó sus cabellos, el cielo estrellado que abrigó sus sueños, la escuela donde se educó, el camino que debía recorrer para llegar a ésta, el estadio municipal que lleva su nombre con el agregado de “Diputado”. Mucho quizás para un niño nacido en adversas condiciones. Lo justo para quien en la adversidad recibió el amor y apoyo para surgir, para salir adelante, y para quien tenía los ideales de la democracia, la justicia y la libertad como norte en su vida.
Su opción social y política fue la de representar a muchos como él que, teniendo talentos y virtudes, no tenían oportunidades. El sindicalismo y la democracia cristiana fueron sus caminos. Vivió el esperanzador período de la Revolución en Libertad de Eduardo Frei Montalva; vivió el caótico período de Salvador Allende como dirigente de la Central Única de Trabajadores; vivió la larga dictadura de Augusto Pinochet “en plenitud”. Primero como detenido por más de tres meses en el Estadio Chile y en el Nacional después. Participó de los primeros intentos por rearticular el movimiento sindical; lideró la oposición tras la formación de la Coordinadora Nacional Sindical, siguió luego en la CNS y en la creación de la Central Unitaria de Trabajadores.
Tuvo muchos motivos para odiar. Tuvo muchos motivos para actuar con rencor. Pero nada de eso ocurrió. Tuvo la oportunidad de sumarse a la gran cantidad de querellas en contra de Pinochet, por todas las acciones represivas que sufrió. Encarcelado en innumerables oportunidades; exiliado, relegado, perseguido, optó por no seguir el camino de la persecución de responsabilidades. Pinochet ya estaba desmejorado. Cuando le ofrecieron iniciar la acción legal conversó con nosotros, con su familia. Tenía dudas ¿gana el país y la gente con un Pinochet enjuiciado?; ¿vale la pena la acción legal y ahondar un clima de odiosidad? ; ¿Ganaba o se atemperaba el dolor y el miedo vivido con un Pinochet preso? No.
Pero luego vino la acusación constitucional lideraba por jóvenes diputados DC. Ahí no hubo duda. Se trataba de una acusación política, de un enjuiciamiento histórico a la dictadura que lideró. Ahí no hubo duda. Nadie habría podido comprender una absolución o un voto en blanco. En lo personal, ni odio ni rabia. En lo político, un claro enjuiciamiento al líder de una de las peores dictaduras del mundo.
Fue significativo el retorno desde San Enrique, lugar bucólico, humilde, muy chileno. En el camino, cantando el feliz cumpleaños a mi hermano, el tío Darío, nacido el Día Internacional de los Derechos Humanos. En el camino, la noticia inesperada: la muerte de Pinochet. En el camino, los recuerdos que afloran y el comentario apasionado de nuestra hija: “ya murió, ya han sufrido él y su familia, para qué querer más. Que se vaya tranquilo y que Dios lo perdone”.
Myriam Verdugo Godoy
Presidenta Instituto Jorge Ahumada
Consejera Nacional PDCSantiago 11 de diciembre de 2006.
Hace tan sólo algunas horas Augusto Pinochet murió. Justo cuando el moría veníamos de regreso con mi familia de la localidad de San Enrique, donde naciera Manuel Antonio Bustos Huerta, padre de mis dos amados hijos.
Recorrimos sus caminos, miramos la casa donde creció, sentimos el aire que respiró, el sol que le abrigó, el viento que despeinó sus cabellos, el cielo estrellado que abrigó sus sueños, la escuela donde se educó, el camino que debía recorrer para llegar a ésta, el estadio municipal que lleva su nombre con el agregado de “Diputado”. Mucho quizás para un niño nacido en adversas condiciones. Lo justo para quien en la adversidad recibió el amor y apoyo para surgir, para salir adelante, y para quien tenía los ideales de la democracia, la justicia y la libertad como norte en su vida.
Su opción social y política fue la de representar a muchos como él que, teniendo talentos y virtudes, no tenían oportunidades. El sindicalismo y la democracia cristiana fueron sus caminos. Vivió el esperanzador período de la Revolución en Libertad de Eduardo Frei Montalva; vivió el caótico período de Salvador Allende como dirigente de la Central Única de Trabajadores; vivió la larga dictadura de Augusto Pinochet “en plenitud”. Primero como detenido por más de tres meses en el Estadio Chile y en el Nacional después. Participó de los primeros intentos por rearticular el movimiento sindical; lideró la oposición tras la formación de la Coordinadora Nacional Sindical, siguió luego en la CNS y en la creación de la Central Unitaria de Trabajadores.
Tuvo muchos motivos para odiar. Tuvo muchos motivos para actuar con rencor. Pero nada de eso ocurrió. Tuvo la oportunidad de sumarse a la gran cantidad de querellas en contra de Pinochet, por todas las acciones represivas que sufrió. Encarcelado en innumerables oportunidades; exiliado, relegado, perseguido, optó por no seguir el camino de la persecución de responsabilidades. Pinochet ya estaba desmejorado. Cuando le ofrecieron iniciar la acción legal conversó con nosotros, con su familia. Tenía dudas ¿gana el país y la gente con un Pinochet enjuiciado?; ¿vale la pena la acción legal y ahondar un clima de odiosidad? ; ¿Ganaba o se atemperaba el dolor y el miedo vivido con un Pinochet preso? No.
Pero luego vino la acusación constitucional lideraba por jóvenes diputados DC. Ahí no hubo duda. Se trataba de una acusación política, de un enjuiciamiento histórico a la dictadura que lideró. Ahí no hubo duda. Nadie habría podido comprender una absolución o un voto en blanco. En lo personal, ni odio ni rabia. En lo político, un claro enjuiciamiento al líder de una de las peores dictaduras del mundo.
Fue significativo el retorno desde San Enrique, lugar bucólico, humilde, muy chileno. En el camino, cantando el feliz cumpleaños a mi hermano, el tío Darío, nacido el Día Internacional de los Derechos Humanos. En el camino, la noticia inesperada: la muerte de Pinochet. En el camino, los recuerdos que afloran y el comentario apasionado de nuestra hija: “ya murió, ya han sufrido él y su familia, para qué querer más. Que se vaya tranquilo y que Dios lo perdone”.
Myriam Verdugo Godoy
Presidenta Instituto Jorge Ahumada
Consejera Nacional PDCSantiago 11 de diciembre de 2006.
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